La depresión no es una enfermedad exclusiva de los adultos, los niños y adolescentes también pueden padecerla, aunque en su caso se manifiesta con unas características que pueden dificultar su detección. Aproximadamente un 2% de la población infantil sufre un trastorno depresivo; porcentaje que se incrementa entre los adolescentes.
El Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia Clínica del Reino Unido (National Institute for Health and Clinical Excellence, NICE) define el trastorno depresivo infanto-juvenil como un “grupo amplio y heterogéneo de criterios diagnósticos, caracterizado por un estado de ánimo depresivo y pérdida de placer en la mayoría de actividades, y que, frecuentemente, va acompañado de síntomas de ansiedad”.
Dada la complejidad de su diagnóstico en este tipo de población si observas algunos de estos síntomas o comportamientos, tal vez se trate de una depresión infanto-juvenil:
A nivel afectivo que tenga un estado de ánimo triste y pérdida del placer para actividades que antes sí disfrutaba, por ejemplo, un niño al que ya no le apetece jugar o no disfruta con sus actividades favoritas, no quiere quedar con sus amigos. Pueden manifestar aburrimiento o enfado y aparecer rabietas, irritabilidad y problemas de conducta (se muestran desafiantes, retadores, desobedientes…) de forma continuada. Los pequeños manifiestan con estas conductas su malestar emocional porque todavía no son capaces de comprender ni verbalizar sus verdaderos sentimientos. En los adolescentes pueden aparecer consumo de sustancias y conductas sexuales de riesgo.
En cuanto a los síntomas físicos pueden mostrar fatiga o quejas como dolor de tripa, dolor de cabeza o náuseas. También se puede alterar el apetito y ganan o pierden peso, o tener problemas para dormir. Asimismo, uno de los síntomas posibles es que vuelva a mojar la cama.
A nivel cognitivo disminuye la capacidad de atención y de concentración del menor. A ello se suman una baja autoestima y distorsiones de la percepción de sí mismos y de los demás. Tener malas notas de repente, cuando piensa, por ejemplo, que es “un fracaso total”. O pensamientos de este tipo: “No me ha invitado, estoy solo, no tengo amigos”; “Debería sacar siempre sobresaliente”; “Seguro que se están riendo de mí, no tenía que haber venido”. En los adolescentes puede aparecer también deseos de “fugarse de casa” e ideas de muerte o de suicidio.
Indudablemente, la depresión tiene graves repercusiones en el desarrollo y el funcionamiento de la vida de un niño. Por ejemplo: los problemas de concentración, atención y memoria producen un descenso acusado en su rendimiento académico (bajan las notas, suspende…); se aísla de sus amigos y ya no disfruta relacionándose con ellos, produciéndose un deterioro en su desarrollo social; sus rabietas, enfados, discusiones constantes generan conflictos en familiares… Todo esto va, poco a poco, acrecentando su malestar emocional y el resto de síntomas, conformándose un círculo vicioso del que es difícil salir sin ayuda.
Es de gran importancia del papel que juegan padres y cuidadores en todos los aspectos, es necesario su participación las etapas de evaluación, diagnóstico y tratamiento. Así como toda la información que reciban los niños y adolescentes sobre su diagnóstico y las diferentes opciones de tratamiento, esté adaptada tanto a su edad como a su nivel de desarrollo emocional y cognitivo, para que puedan comprenderla y así formar parte activa en cualquier toma de decisiones.
Antes de iniciar un tratamiento, es conveniente evaluar otros factores que puedan contribuir a desarrollar y/o mantener un trastorno depresivo, tales como la presencia de síntomas depresivos en los padres -considerándolo como un importante factor de riesgo-, o el estar padeciendo bullying, separación/divorcio de los padres entre otros.
¿Qué podemos hacer si nuestro hij@ puede tener una depresión?
La depresión se expresa con problemas de conducta. Tras un comportamiento negativo suele haber un sentimiento negativo.
Por ello, si ves que está enfadado e irritable de manera continua, se muestra desafiante, ha disminuido su rendimiento escolar, ya no queda con sus amigos, no quiere ir al colegio, etc es importante que averigües qué hay detrás de todo ello. Niños y adolescentes les suele resultar complicado reconocer, identificar, expresar y regular sus propias emociones. Es fundamental que describan cómo se sienten para que les ayudemos a reconocer dicha emoción y a ponerle un “nombre” (“parece que estás triste porque…”). Cuando los propios sentimientos se comprenden, se aligeran y se alivia parte del malestar.
La depresión es un trastorno recurrente, por lo que es imprescindible estar atento a los signos y buscar ayuda profesional, a fin de mejorar la detección temprana y así poder aplicar un tratamiento correcto y adaptado a las necesidades individuales. Por otro lado, existe poca evidencia científica acerca de la eficacia de los fármacos antidepresivos en niños y adolescentes, por lo que es aconsejable una psicoterapia como tratamiento de primera elección, considerando la posibilidad de utilizar antidepresivos en casos de depresión moderada y severa.
Es importante que pueda apoyarse en su familia. El cariño y el afecto deben ser incondicionales, les aportará una seguridad emocional esencial en estos momentos . En muchas ocasiones no comprendemos por qué se comporta de esa forma, repercute en el ánimo de todos y se genera una situación conflictiva en casa. Apoyarles no significa aceptar todo lo que hagan, sino demostrarles que pueden contar con nosotros al margen de todo lo que hagan.
Incentivarle a realizar actividades de ocio, tanto en familia como con amigos, que practique una actividad física que le motive. Numerosos estudios han demostrado una correlación entre el ejercicio físico y la disminución del riesgo de sufrir depresión.
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